Tres son los ejes sobre los que Burton construye su oscura
fábula: Batman, Catwoman y el Pingüino. Se podría añadir un cuarto, aunque su función en la trama es prácticamente secundaria: Max Shreck (nombre casi idéntico al de Max Scherck, el actor que dio vida al vampiro en la obra maestra de Murnau, Nosferatu), personaje interpretado por Chris-topher Walken, que actúa en el filme como una especie de enlace entre los tres personajes fundamentales. Shreck es un multimillonario de Gotham, que tras sus aparentes actos solidarios y sus cuantiosas donaciones públicas, pretende construir una planta industrial para robarle a la ciudad toda su energía.
Pero, obviamente, el anfitrión del grupo es de nuevo Bat-man, que en esta nueva aventura nos es presentado por Bur-ton con las mismas características que en la primera entrega; oscuro, atormentado, inquieto, monstruoso, aunque el director agudiza aún más la visión psicológica del personaje, con lo que el filme, como apunta Denise Di Novi en Sánchez Navarro, se «basa en la personalidad y psique de Batman, un poco más que en la primera película (...). La gente descubrirá que Batman, en esta película, es mucho más neurótico, y que el filme explora mucho más su estado mental», con lo que el héroe se muestra en esta nueva aventura como mucho más humano y vulnerable que en la primera entrega. En esta ocasión, el personaje se vuelca más sobre sí mismo, se autocues-tiona a cada momento, en una tortuosa búsqueda que le lleve a la aceptación de su doble, y monstruosa, identidad.
Es el Batman de esta nueva entrega un ser reflexivo y (aparentemente) carente de motivaciones. De hecho, el que Bat-man se enfrente a Catwoman o al Pingüino nos es presentado más como una especie de necesidad que como un requisito imprescindible para que el relato tenga sentido. Al hallar seres iguales a él (monstruos que buscan su lugar en el mundo como ocurría con el Joker), el justiciero lleva a cabo una especie de terapia acerca de su propia condición. Más que como peligrosos criminales, los antagonistas del héroe son metáforas deformadas de su propia condición, erráticos y marginales individuos cuyo lado siniestro y monstruoso muestra más similitudes que diferencias con el otro yo de Bruce Wayne.
Esto se observa constantemente en el filme a través de magníficos diálogos, como el que sostienen Batman y su leal mayordomo Alfred, momento en el que éste último pregunta a su amo: «¿Por qué se ha propuesto demostrar que ese pingüino no es lo que parece? ¿Acaso quiere ser el único hombre bestia de la ciudad?», frase reveladora de las intenciones argu-mentales del filme, que viene a poner en tela de juicio el concepto de enemigo aplicado al resto de personajes, y que connota un cierto toque masoquista en el proceder de Batman, empeñado en sacar a la luz la faz monstruosa de sus antagonistas, los dobles sin los que su existencia carece de sentido.
De igual manera, y como ya sucediera en la primera entrega, Burton dosifica inteligentemente las apariciones en pantalla de su héroe, con lo que de nuevo está remarcando ese carácter huidizo y ausente de un ser que, debido a su crisis de identidad, parece más un sombrío y peligroso espectro que un superhéroe al uso. Si en la primera entrega la idea fundamental era innovar en el personaje mostrando a un superhéroe atípico, el segundo capítulo se dedica a explorar en su personalidad.
Todo un reto creativo, tanto para el director como para Michael Keaton, que repetía en el papel del justiciero de Gotham:
Es Batman, pero también es una película completamente distinta. Tenía que decirme constantemente que no estaba imitando a Michael Keaton interpretando a Batman y Bruce Wayne... tenía que convertirme de nuevo en esos personajes, sin que se perdiera nada en el camino. ¿Por qué interpreto a Batman por segunda vez? Bueno, nunca he interpretado el mismo personaje dos veces, y eso es un desafío, y es realmente interesante llevarlo un poco más allá. Además, Tim lleva a todo el mundo a un fantástico viaje... y estoy totalmente con él en esta búsqueda. Y junto al héroe, los tres malvados entre los que por encima de todos destaca Catwoman, el alter ego de Selina Kyle, «secretaria solterona y reprimida… que da rienda suelta a sus fantasías sexuales y violentas gracias a su disfraz felino y a su látigo, ambos de connotaciones sadomasoquistas»228, que, sin lugar a dudas, se va a convertir en la verdadera protagonista del filme, puesto que como comentamos anteriormente, fue este personaje el que despertó el interés de Burton cuando el guión llegó a sus manos.
El papel, en un principio, estaba pensado para que fuese protagonizado
por Annette Benning, pero la actriz tuvo que abandonar su participación en
el filme debido a su embarazo. Sin duda, la elección definitiva de la actriz que
se enfundaría el traje de Catwoman fue una de las anécdotas más interesantes de
las que rodearon el proceso de preproducción del filme, debido al neurótico
comportamiento de la actriz Sean Young, que obsesionada por hacerse con el
papel llegó a presentarse en los despachos de la Warner ataviada con el traje de
la mujer gato, así como a aparecer en diversos programas de la televisión esta
dounidense cargando las tintas contra Burton por no haberle otorgado el papel.
Sobre Catwoman recae, como señala Casas, «la mayor parte del peso del filme, tanto en pantalla como fuera del campo. La mujer gato es el otro reverso, ahora mimético, aunque innegablemente más fantasioso, de Batman, la doble personalidad angustiante, dos espíritus opuestos cohabitando en un mismo cuerpo y taladrando una misma mente», dos personajes que se van a ver envueltos en una peligrosa atracción mutua cuando se ocultan bajo sus respectivos disfraces, pero que son incapaces de consumar la tensión erótica que surge entre ellos cuando se ven privados de sus máscaras, porque a fin de cuentas, «una sociedad que se crea libre de máscaras no podrá ser más que una sociedad donde las máscaras, más pujantes si cabe que en otros sitios, y para mejor confundir a los hombres, estarán ellas mismas enmascaradas».